Sylvia by Leonard Michaels

Sylvia by Leonard Michaels

autor:Leonard Michaels [Michaels, Leonard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1990-08-12T04:00:00+00:00


* * *

Solo faltan veinte días para casarnos y hemos tenido una pelea, no peor que las demás, pero, por estar la boda tan cerca, me ha parecido más dura e injustificada. Cuando ha sonado el despertador a las ocho de la mañana, he intentado sacar a Sylvia de la cama, pero se ha puesto a chillar y a dar manotazos a la manta y me ha pedido que la dejara en paz. La he abrazado y acunado para intentar sacarla muy amablemente de la cama. Era importante para mí que, como vamos a casarnos, empezáramos a tener una vida normal, regular. Ella sabía lo que yo pensaba y lo ha considerado una crítica. Se ha negado a levantarse. Hacia el mediodía, se ha levantado y ha dicho que quería ir a comprar unos sostenes y un vestido de boda. Quería que yo la acompañara y ha insistido al respecto. Yo le he dicho que debía afeitarme, porque no deseaba entrar en una tienda de ropa de mujer con ese aspecto. La verdad es que no quería ir. Ella ha dicho que no importaba mi aspecto. Me he afeitado y hemos ido. Hacía mucho viento y un frío que pelaba. Ella ha dicho que, si hubiera sabido el frío que hacía, no habría insistido para que la acompañara. En una tienda de la calle Ocho, se ha probado dos vestidos. El primero era rojo y con cuello recto y le realzaba el cutis, los ojos y el pelo. Le quedaba bien, pero un vestido rojo no parecía el más adecuado para una boda. No sé por qué se ha molestado en probárselo. Tal vez pensara que ese vestido podía ser una excepción, como si hubiera una clase de rojo que pudiese llevar una novia. Le favorecía. El segundo era amarillo y con falda acampanada. La hacía parecer bastante ancha y le daba tonos amarillentos en la piel. Después ha dicho que en la tienda yo tenía una horrible expresión de desagrado. «Tú sabes que soy un adefesio y yo también lo sé», ha dicho. De regreso en el piso, se ha sentado en la cama sin quitarse el abrigo. No habíamos hecho nada útil. No ha comprado los sostenes ni el vestido de novia. Yo le he dicho: «Vamos a limpiar la casa». Me ha contestado: «Sí». Su respuesta me ha levantado el ánimo y he puesto manos a la obra. Ella ha notado mi exhibición de energía, mi optimismo. Se ha desplomado sobre la cama, sin haberse quitado aún el abrigo, y ha cerrado los ojos para dormirse. Antes de que lo hiciera, creo haberme dado cuenta de haber cometido un gran error. Mi trajinar no iba a animar a Sylvia a imitarme, pero no he podido parar. Era mi manera de mostrarme insensible, de fingir no haber advertido lo que sentía, mi manera de no quererla. Al verla ahí tendida, con el abrigo puesto, he dejado de limpiar. Ha sido todo, mi estúpido ajetreo y su desplome, muy deprimente.



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